Cuentos para contar

Lechucita, contame…

Paseaba un joven tero por el potrero cerca del puente y picoteaba allí y allá. Sin darse cuenta llegó hasta el cerco.

Desde un poste una anciana lechucita lo miraba. Finalmente lo saludó: “¡Hola terito! ¡Qué lindo día de primavera!”.

El terito dejó de picotear, alzó la vista y contestó: “Hola lechucita. Verdad, hermoso día y ¡cuántos niños y jóvenes vinieron hoy! Mirá como están jugando con la roldana. Vos que sos ancianita, ¿siempre vinieron tantos chicos en primavera?”

“Que yo recuerde, sí.” Contestó la lechucita. “pero mi abuela, que ya vivía en estas cuevas acá abajo del poste, me contaba que no siempre fue así. Esto era sólo un pastizal. Estaba la casa grande, blanca allá y la caballeriza en la otra punta. Hasta que un día vio pasar a dos abuelitos de pelo blanco: uno alto y el otro bajito.”

“Seguí contando,” insistía el terito.

“Mi abuela contaba que justo acá, delante de su cueva, se pusieron a hablar entre ellos:

El bajito le decía al alto: -¡Esto es muy grande! En Suiza, mi país, esto sería toda una estancia.-

El alto le respondía: -Pero a vos te gustan los chicos y acá en Buenos Aires hay muchísimos chicos que necesitan un lugar para jugar sin tener miedo. Necesitan un lugar para descubrir todas las lindas cosas que hizo Dios. Vas a ver… va a llegar el día en que se va a llenar de chicos y no va a ser tan grande. Además,  les podemos contar que Jesús los ama, como te ama a vos y a mí.-

Mi abuela todavía escuchó como el bajito le contestaba al alto: -Nosotros podremos contarles algunos años más, pero mejor le pedimos a las iglesias y escuelas que les cuenten a los chicos que Jesús los quiere mucho.-

Después mi abuela no escuchó más, pero algo tiene que haber pasado con esos dos abuelitos, porque empezaron a venir constructores y máquinas y aparecieron la pileta y su tanque allá, y… Después ya fue mi mamá que me contaba que hicieron esos pabellones allá. Y vinieron cada vez más chicos. A veces son un poco revoltosos, o tiran papeles que se nos meten en la cueva, pero la verdad es que me gusta mucho mirar las caras de alegría que tienen cuando pasan por acá.”

El terito se quedó pensando: “Tu abuela decía que esto era sólo un pastizal. A mí me gusta eso, porque es en el pasto donde vivimos los teros y hacemos nuestros nidos. Pero allá en la isla veo un montón de árboles. ¿Cómo crecieron allí?”

La lechucita, contenta de poder contarle al terito curioso, también sabía al respecto: “Eso fue obra de otro abuelo. Este no estuvo un ratito. Vivió muchos años acá y yo también lo conocí. Mi mamá me contó que esos sauces frondosos empezaron como estacas, como palitos que clavó este abuelo en la tierra. Después los cuidaba: ¡cómo se enojaba si las hormigas se comían sus hojas!”

“¡Ahí viene un grupo de chicos, voy a saludarlos.” Dijo el terito, alzó vuelo y gritaba fuerte: “Teru, teru, teru…”

Que debe significar algo así como: “Hola, hola, hola…”.