Cuentos para contar

Del respeto a la vida

por Carlos Hernández

Soy un bloque de texto. Clic en el botón ‘Editar’ (icono: lápiz amarillo) para cambiar este texto.

 El sol de la mañana se recostaba sobre el césped del jardín. De rodillas, con sus manos apoyadas en el suelo, Santiago intentaba imitar los saltos de un pequeño sapo. Las idas y vueltas de los dos animadores del juego hacían sonreír a un grupo de adultos que presenciaba la escena.

Momentos más tarde en una rueda de charla se comentaba cómo en toda una región del país habían desaparecido los sapos debido al uso intensivo de plaguicidas y cómo ello había provocado la aparición de una especie de insectos depredadores. La conclusión de la afirmación era que el sapo mantenía un equilibrio ecológico.

Pareciera que los hombres vamos tomando conciencia de que la agresión que provoca la disyunción de las relaciones interpersonales a través de los sentimientos de odio, rechazo y resentimiento, tiene también otras manifestaciones dirigidas hacia el otro aunque en forma indirecta.

Cuando el hombre destruye el medio ambiente, destruye también el hogar de otro hombre que más tarde deberá usar ese ambiente. La capacidad de depredación del hombre, dice Loren (Premio Nóbel del Biología), no es igualada por ninguna otra especie animal.

La búsqueda  de mayor contacto del hombre con la naturaleza, a través de múltiples formas, está expresando este deseo inconsciente del hombre de acercarse al su mundo, a su ambiente.

 

Como lo expresara con tanta gracia y sabiduría San Francisco de Asís, late en el corazón del hombre una hermandad con la naturaleza que vence todos sus impulsos agresivos y por eso está propenso a repetir con él:

“…ante nuestro Señor que todo ata y desata

en fe de promesa tiéndeme la pata”.

La recuperación del diálogo con el mundo, la busca el hombre que atraviesa Misiones con su carpa, en julio, y que se detiene silencioso ante el espectáculo de Cataratas; también ese grupo de jóvenes que en la playa espera el amanecer para ver romper el sol en el horizonte, y todos cuando nos detenemos ante la arrogancia de un conjunto de orquídeas.

La salud mental requiere relaciones armónicas del hombre con la naturaleza. El ritmo que brinda al hombre el canto de un pájaro, el galope de un caballo, el despliegue de una flor o el murmullo del arroyo encuentra un eco en sus propios ritmos biológicos. Sólo con esos ritmos el hombre puede neutralizar el monótono ruido de la máquina o el severo transcurrir del reloj. Y toda esta relación con la naturaleza se funda en instintos arcaicos del hombre, tales como la preservación de la vida. Únicamente en el respeto a la vida brotará la admiración por la vida en todas sus manifestaciones. Vida que tiene multiformes variedades de distintos niveles, pero que en muchos aspectos guarda un parentesco con la vida del hombre.

El sol había subido hasta la cumbre del mediodía y a la sombra de un árbol Santiago y Fabiana hablan con el sapito acurrucado en un rincón del jardín.